Todos,
en nuestra jornada por la vida, cargamos una cruz. Para unos más dolorosa y
pesada que para otros. A veces nos lamentamos, o deseamos esquivarla o poder
deshacernos de ella.
Al
respecto, encontré una reflexión muy bonita que deseo compartir con ustedes. Es la siguiente:
Hay
un poema titulado “La Cruz cambiada”. Representa a una persona fastidiada que
pensaba que con toda seguridad, su cruz era más pesada que la de todos aquellos
que había a su alrededor, y deseaba poder cambiarla por otra.
Se
quedó dormida, y en su sueño fue conducida a un lugar donde había muchas
cruces, de diferentes clases y tamaños.
Había
una pequeña, preciosísima, adornada con piedras muy valiosas y oro. Mirándola
dijo: “Ésta podré llevarla con gran comodidad.”
Así que la cogió y se la colocó, pero su cuerpo debilitado temblaba
debajo de ella. Las joyas y el oro eran muy bellos, pero demasiado pesados para
ella.
Después
vio otra cruz magnífica, con flores preciosas entrelazadas alrededor de su
forma escultural. Con toda seguridad, ésta parecía ser la más apropiada para
ella. La levantó, pero encontró que debajo de aquellas flores había espinas
punzantes que rasgaron su carne.
Por
último, cuando iba a marcharse, se encontró con una cruz muy sencilla, sin
alhajas ni talladuras, pero sí con unas palabras amorosas inscritas sobre ella.
La tomó y se convenció de que ésta era la mejor de todas y la podía llevar con
más facilidad.
Y
al mirar esta cruz bañada con un esplendor celestial, reconoció que era su cruz
antigua. Volvió a encontrarla y aquella cruz fue para ella la mejor y menos
pesada.
Dios
sabe muy bien la clase de cruz que nosotros debemos llevar. Nosotros no sabemos
cuál es el peso de las cruces de los demás. A veces envidiamos a alguna persona
que es rica. Vemos que su cruz es de oro y está adornada con alhajas, pero
ignoramos lo pesada que pueda ser. Vemos a otras personas que parecen felices.
Las cruces que llevan están entrelazadas con flores, pero tienen espinas. Si
pudiésemos probar todas aquellas cruces que creemos que son menos pesadas que
las nuestras, llegaríamos a la conclusión de que ninguna de ellas nos sienta
tan bien como la nuestra.
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