Fue un día hermoso, de cielo azul y sol esplendoroso. Un
poco caliente sí. Todo en calma, tranquilo. No temores, no lágrimas, ni
pensamientos negativos o sentimientos perturbadores. Me asomé a la puerta, miré
hacia el Norte y sobre aquella colina de 1,200 pies de altura se alza la
estatua de Jesús Resucitado, con los brazos abiertos, mirando hacia la ciudad,
como en actitud de acogerla. Hacia la izquierda, entre los techos de algunas
casas asomaba la copa de un árbol lleno de flores de un tono como anaranjado
oscuro. Recorriendo mi vista hacia la derecha, divisé una casa con jardín hacia
afuera; una colorida veranera formaba muro sobre la verja. A pesar de la sequía
las plantas florecen, pensé. ¡Qué bella y generosa es la naturaleza!
¡Y hay personas que creen que el número 13, o martes
13, o viernes 13 es de mala suerte! No creo en la mala suerte, porque la buena
o mala suerte proviene de nosotros mismos, de nuestras actitudes hacia la vida.
Nosotros somos los arquitectos de nuestro destino, que está sabiamente planeado
por Dios. Pero a veces nosotros mismos torcemos los planes de Dios.
Soy afortunada al tener mi
vista todavía buena para apreciar y admirar la belleza de las flores, el cielo
azul, el verdor de las plantas. Puedo oler, palpar, sentir, hablar, cantar. Tengo gozo en mi corazón.
¡Estoy viva! Así
es que doy gracias a Dios por este lindo Viernes 13.
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