En este Mes de la Biblia, estoy presentándoles una nueva sección titulada GOTAS DE FE. Se trata de breves reflexiones sobre la Palabra de Dios con el fin de transmitirles ánimo, esperanza, consuelo, fortaleza; ayudarles a crecer en FE o a consolidarla. Muchas gotas forman la lluvia, GOTAS de FE será una lluvia de bendiciones espirituales para todos los lectores.
Por estar todavía celebrando el AÑO DE LA MISERICORDIA, nuestra primera reflexión es sobre la ternura de Dios.
“Cual la ternura de un padre
para con sus hijos, así de tierno es Yahvé para quienes le temen”.
(Salmo 103,13)
El
Papa Francisco ha expresado que “el nombre de Dios es MISERICORDIA”. Dios es
Amor y Misericordia. Y de ambos atributos se deriva la ternura, así como
la bondad, el perdón, la comprensión, la fidelidad, etc.
Desde
el Antiguo Testamento, Dios ha mostrado ternura por su pueblo escuchándolo,
protegiéndolo, cuidándolo, animándolo, alimentándolo, haciéndole sentir Su
presencia.
Dios es “padre” y “madre”, como lo atestiguan varios versículos de la Biblia: En Isaías 49,15 nos dice Dios: “¿Puede una madre olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al hijo de sus
entrañas? Pues bien, aunque se encontrara alguna que lo olvidase, ¡Yo nunca me
olvidaría de ti!" Y en Isaías 66,13 nos dice: “Como un hijo a quien consuela su madre,
así yo los consolaré a ustedes”.
Las "entrañas", esto es el
seno materno, significan la ternura: la ternura de las mujeres para con el fruto
de su carne, y sobre todo la ternura de Dios mismo para con sus criaturas. Su
ternura es creadora de hijos hechos a su imagen. Y esa ternura es gratuita,
inmensa, inagotable, fiel. Demostrada a todos sin excepción, especialmente a
los más desheredados, a los huérfanos, a las viudas, a los que sienten que no
tienen a nadie. En el Salmo 27,11 el salmista dice: “Si mi padre o mi madre me
abandonan, me acogerá el Señor”. Y
¿qué es acoger? Es estrechar a alguien entre tus brazos, reclinarlo junto a tu pecho,
brindarle protección.
La
ternura de Dios debe manifestarse también en nosotros, que muchas veces somos
duros, ásperos, severos, gritones, fríos, castigadores.
La ternura es en verdad lo que hace fuerte al amor y enciende la chispa de la alegría en la adversidad, en las circunstancias grises y oscuras de la existencia. Gracias a ella toda relación llega a ser más profunda y duradera, porque su expresión no es más que un síntoma del deseo de que el otro esté bien. De darle acogida y cariño.
La ternura implica, por lo tanto, confianza y seguridad en uno mismo. Sin ella
es imposible la entrega decidida. Y lo más paradójico es que su expresión no
es ostentosa, ya que se manifiesta en pequeños detalles: la escucha atenta,
respetuosa y activa, el gesto amable que no espera respuesta, la demostración
verdadera de interés por el otro, la palabra suave y cariñosa.
Si Dios es tierno con nosotros, tratemos también nosotros de ser tiernos con los demás, no solamente con los niños, sino
especialmente con los más débiles, los que se sienten solos, los ancianos, los
necesitados de una palabra o un gesto cariñoso.
Disfrutemos nosotros de la ternura de Dios en nuestra vida y practiquémosla con nuestro prójimo.